Mientras Milei busca rescates financieros en Washington, los alimentos aumentan hasta 10% y la clase media y los barrios sienten el golpe del ajuste.
Los mercados festejan, venden expectativas y sobreactúan. La economía real, en cambio, no engaña: los aumentos en alimentos y bebidas reflejan lo que millones de familias viven a diario. Desde hace semanas, las principales empresas productoras de alimentos aplicaron remarcaciones que llegan hasta 10% en harinas, 8% en galletitas, mermeladas y atún, y 4% en gaseosas, mientras los almacenes de barrio absorben parte de los aumentos para no perder clientes. La leche fluida —la más consumida— se mantuvo sin cambios, pero su precio sigue siendo alto para los hogares de clase media.
Según las listas a las que accedió ADN Populares, compañías como Mastellone, Danone y Nestlé aumentaron casi toda su gama, salvo la leche, mientras Molinos y Unilever aplicaron subas similares en alimentos y productos de limpieza. El impacto del dólar es central: el trigo, el girasol y otras materias primas dolarizadas explican buena parte del precio final. En algunos casos, hasta el 70% del valor de una botella de aceite depende de los precios internacionales.
Consultoras como Eco Go, Econviews y Analytica confirman que los incrementos ya se trasladan a la inflación mensual. En la primera semana de octubre, la suba en alimentos y bebidas osciló entre 0,7% y 0,9%, mientras las proyecciones para octubre se ajustaron hasta 2,6%. Analizando la canasta familiar, se observan disparidades regionales: Río Negro, Neuquén y Corrientes registraron los mayores aumentos, mientras Tucumán, La Rioja y Salta los más bajos, y Mendoza incluso presentó una baja del 5,4%.
Detrás de estos números está la realidad cotidiana: comercios que intentan sobrevivir, familias que ajustan su changuito y trabajadores que sienten el ajuste en la carne, el aceite y la harina. El incremento de precios no es un dato aislado: es un reflejo del ajuste económico que acompaña la política oficial y de las expectativas de devaluación tras las elecciones del 26 de octubre. Los hogares y los barrios saben que, mientras el Gobierno juega con los mercados y los rescates internacionales, la cuenta la pagan ellos.