El intento de continuidad del proyecto neoliberal enfrenta una nueva realidad política: la irrupción de Axel Kicillof y Fuerza Patria como opción nacional.
Por estos días se multiplican los análisis sobre la continuidad del “modelo Milei” a través de una eventual alianza de sectores como Schiaretti, Pullaro o Macri después del 26 de octubre. Nadie duda de que existe una ofensiva del poder económico concentrado, nacional y extranjero —con Estados Unidos como actor determinante— para garantizar la persistencia del esquema de saqueo y desindustrialización. Sin embargo, muchos de esos análisis pasan por alto un dato esencial del nuevo escenario político: las recientes elecciones bonaerenses, que modificaron de raíz el mapa del poder en la Argentina.
Hace apenas un mes, Axel Kicillof irrumpió con una victoria de 14 puntos de diferencia en la provincia más grande y decisiva del país. Lo hizo en un contexto adverso, con tensiones internas, presiones externas y la hostilidad permanente de los grandes medios. Aun así, el gobernador bonaerense logró consolidarse no solo como referente territorial, sino como figura nacional, abriendo el camino a Fuerza Patria, una construcción política que empieza a trascender los límites provinciales.
Esa aparición reconfigura el tablero. Nadie pensó que si Milei caía —o quedaba herido políticamente— sus aliados en esta aventura neoliberal se retirarían de la escena. Tampoco que los sectores empresariales abandonarían su intento de imponer un proyecto regresivo. Pero el peronismo, con sus contradicciones a cuestas, demostró que existe una alternativa de poder, y que las mayorías populares no se resignan a la desintegración del Estado ni a la entrega del país.
Mientras la derecha impulsa la privatización total, el achicamiento del Estado y la subordinación a los organismos financieros internacionales, el campo nacional y popular propone exactamente lo contrario: un Estado activo, que planifique, regule y distribuya la riqueza, que defienda la industria, la educación pública y la soberanía sobre los recursos estratégicos. El proyecto de Kicillof, como heredero de las mejores tradiciones del peronismo, recupera la idea de que la justicia social, la independencia económica y la soberanía política no son consignas del pasado, sino condiciones indispensables para cualquier futuro posible.
En esa línea, Fuerza Patria se inscribe como un intento de reconstruir un proyecto de país desde abajo, con trabajadores, pequeños productores, cooperativas, universidades, movimientos sociales y jóvenes comprometidos. Frente al dogma del mercado y el individualismo, propone comunidad, solidaridad y organización popular. Es la disputa entre dos modelos antagónicos: el de la patria para pocos, o el de la patria para todos. Y esa batalla, que vuelve a darse en la Argentina del siglo XXI, no se da solo en los despachos: se juega en cada fábrica, en cada aula, en cada barrio.
Hoy Kicillof continúa tejiendo vínculos con dirigentes, intendentes y movimientos sociales de todo el país, en una proyección que ya despierta adhesiones más allá de su propio espacio. Las voces que reclaman su candidatura presidencial para 2027 crecen, tanto dentro como fuera de Fuerza Patria. Nadie puede asegurar un triunfo, pero sí hay certeza de algo fundamental: ya hay con qué oponerse, con quién disputar el sentido del futuro, y con una identidad política que no se deja arrastrar por el marketing del ajuste.
Porque el poder económico puede insistir, los medios pueden presionar y los Estados Unidos pueden financiar su continuidad, pero la historia argentina enseña que cada vez que los pueblos se organizan, los proyectos de saqueo encuentran resistencia. Como decía aquella hermosa canción centroamericana, “y aunque no estemos juntos, amor, yo te lo juro: no pasarán.”