El gobierno reivindica un modelo basado en el despojo, la dependencia y la desigualdad. La verdadera grandeza argentina no nació con la oligarquía terrateniente, sino con la justicia social y un Estado presente.
El discurso liberal intenta presentar el período 1880-1946 como una supuesta edad dorada, iniciada por la “Conquista del Desierto” y la consolidación de la Constitución de 1853. Sin embargo, lejos de ser una etapa de prosperidad generalizada, ese modelo se construyó sobre un genocidio planificado contra los pueblos originarios y la concentración de tierras en manos de una reducida elite terrateniente.
Lo que se llama “auge” fue en realidad un esquema agroexportador dependiente de Gran Bretaña. Londres controlaba los ferrocarriles, el comercio exterior y las finanzas, definiendo qué se producía y a dónde iba. Mientras países como Estados Unidos, Alemania o Francia se industrializaban con proteccionismo, subsidios y planificación estatal, la Argentina liberal quedó reducida al rol colonial de proveedora de materias primas. Ese fue el verdadero “milagro” de Roca y sus herederos: consolidar un país subordinado, desigual y con la riqueza concentrada en pocas manos.
En aquel entonces, como hoy, los beneficios no se repartieron entre el conjunto del pueblo. Las élites terratenientes primero, y luego los grandes grupos financieros y exportadores, fueron los únicos ganadores de ese modelo. Ni los campesinos, ni los inmigrantes, ni los trabajadores urbanos recibieron una parte justa de la riqueza que generaba el país. La historia muestra que esos proyectos nunca estuvieron pensados para las mayorías, sino para consolidar a una minoría dominante.
El paralelismo con la actualidad es evidente. Hoy, el gobierno de Javier Milei impulsa un programa que reproduce aquella dependencia, pero con Estados Unidos en el lugar que antes ocupaba Inglaterra. A través del FMI, del dólar como moneda de referencia y de las inversiones financieras especulativas, Washington condiciona la política económica argentina. Milei no busca que Argentina sea como Estados Unidos: busca que Argentina sea para Estados Unidos lo que fue para Gran Bretaña hace un siglo, un espacio subordinado y funcional a intereses externos.
Mientras tanto, las potencias del llamado “primer mundo” hacen exactamente lo contrario de lo que pregona Milei. Estados Unidos defiende su industria agrícola y tecnológica con subsidios millonarios y regulaciones; Alemania sostiene un Estado de bienestar robusto y planifica la transición energética; Francia protege a sus productores rurales y empresas estratégicas con políticas activas; incluso Inglaterra, hoy fuera de la Unión Europea, aplica regulaciones fuertes para preservar sectores sensibles. Ninguno deja librado su destino al “mercado” ni reduce su Estado a la mínima expresión.
En la Argentina, en cambio, la apertura indiscriminada, el endeudamiento y la privatización de empresas públicas nos devuelven a la lógica colonial: exportar materias primas baratas, importar productos caros, y depender de la voluntad de los grandes centros de poder. Ayer fue la libra esterlina; hoy es el dólar. Ayer fue Londres; hoy es Washington.
La historia argentina demostró que la verdadera grandeza no nació del liberalismo oligárquico ni de la entrega a intereses externos. Fue con soberanía política, independencia económica y justicia social que el país construyó movilidad ascendente, derechos laborales y una clase media numerosa. El proyecto de Milei, al igual que el de Roca, no nos hace grandes: nos devuelve al lugar de colonia. Y, como entonces, no beneficia al pueblo trabajador: lo empobrece y lo excluye, mientras asegura ganancias extraordinarias para una minoría privilegiada.