A 63 años de su secuestro y desaparición, Vallese sigue siendo símbolo de la lucha obrera, la militancia peronista y la memoria frente al terrorismo de Estado.
El 23 de agosto de 1962, Felipe Vallese, joven obrero metalúrgico y militante de la Juventud Peronista, fue secuestrado por fuerzas policiales en el barrio de Flores, Buenos Aires. Tenía apenas 22 años. Su desaparición marcó el inicio de los crímenes de lesa humanidad en Argentina, un antecedente directo del terrorismo de Estado que se profundizaría con las dictaduras posteriores. Vallese, delegado en la fábrica TEA, fue detenido, torturado y nunca recuperó la libertad.
Vallese nació el 14 de abril de 1940 y creció en un entorno de pobreza y trabajo. Desde muy joven se involucró en la política y en la lucha sindical, destacándose como un referente de los trabajadores metalúrgicos y de la resistencia contra el régimen de facto que gobernaba Argentina en aquel entonces. Su activismo lo convirtió en blanco de persecución por parte del aparato represivo estatal.
El secuestro de Vallese no fue un hecho aislado. Representó un ensayo de la violencia sistemática que el Estado desplegaría contra militantes políticos y sindicales. La policía bonaerense lo interceptó mientras se dirigía a su trabajo y lo trasladó a la Comisaría 1ª de San Martín, donde fue torturado hasta desaparecer. La noticia provocó conmoción entre compañeros, organizaciones sindicales y estudiantiles, que denunciaron públicamente la represión y exigieron justicia.
Con el paso de los años, el nombre de Vallese se transformó en un emblema de la memoria y la justicia social. Diversas organizaciones políticas, sindicales y de derechos humanos lo reivindican como mártir de la militancia obrera. Su figura es recordada en actos conmemorativos, murales y en espacios de memoria, como parte del legado que recuerda a todas las víctimas de la violencia estatal en Argentina.
Hoy, a 63 años de su desaparición, su historia adquiere una nueva relevancia. En un contexto donde algunos sectores buscan negar o minimizar los crímenes de las dictaduras, recordar a Vallese implica reafirmar la necesidad de memoria, verdad y justicia. Su vida y militancia son recordatorios de que la defensa de los derechos de los trabajadores y de los militantes políticos sigue siendo un compromiso pendiente.
La violencia represiva del Estado tiene siempre el mismo rostro: los que secuestran, torturan, matan y desaparecen al pueblo trabajador no son casuales ni independientes del poder político. Aunque hoy algunos intenten justificarla, desentenderse o mirar para otro lado, esa violencia sigue vinculada a la derecha argentina, que históricamente ha utilizado al Estado como instrumento para proteger sus privilegios y aplastar la organización popular. Felipe Vallese es un símbolo de resistencia, y mantener viva su memoria es enfrentar esa violencia con la fuerza de la justicia social, la verdad y la memoria colectiva.