No hay soberanía posible sin ciencia, ni justicia social sin control nacional de la tecnología. La batalla por el desarrollo nuclear es una batalla de nuestro tiempo, un enfrentamiento directo contra quienes pretenden dominar y saquear nuestros recursos y saberes.
En 1951, en la isla Huemul, frente a la costa de Bariloche, un joven científico austriaco llamado Ronald Richter prometió a Juan Domingo Perón la llave para controlar la fusión nuclear. Aquella apuesta de poder controlar una fuente ilimitada de energía revolucionaría la historia argentina y mundial. Sin embargo, los experimentos demostraron ser un fracaso y, lejos de reconocerlo, el proyecto fue levantado entre disputas y desconfianzas. Aquel episodio quedó como una señal temprana de que detrás de la ciencia había intereses que buscaban frenar el desarrollo soberano del país.
La historia no terminó allí. En 1955, un golpe de Estado derrocó a Perón y marcó un punto de inflexión. Según numerosos análisis, este acto no fue solo una cuestión interna, sino que contó con la complicidad de potencias extranjeras, principalmente Estados Unidos, preocupadas por el avance nuclear argentino y la posibilidad de un país fuerte e independiente en el “patio trasero” americano. A partir de entonces, se desplegó una ofensiva sistemática para limitar la capacidad tecnológica y estratégica nacional.
Pese a esas trabas, el Instituto Balseiro, fundado en 1955 en homenaje al físico José Antonio Balseiro, se convirtió en el corazón del desarrollo científico y nuclear argentino. Fue allí donde se formaron generaciones de científicos comprometidos con la soberanía y la independencia tecnológica. Este esfuerzo permitió el diseño y construcción de centrales nucleares, y hoy se concreta en el desarrollo del reactor modular CAREM-25, un proyecto íntegramente argentino que promete abastecer con energía limpia a ciudades medianas, como Bariloche.
Pero este desarrollo no es solo un avance técnico: es un símbolo de soberanía y justicia social. La energía nuclear puede transformar la vida cotidiana, garantizando el acceso a electricidad para hospitales, escuelas y fábricas. Además, abre la puerta a industrias estratégicas y tecnologías que colocan a Argentina en la vanguardia regional y global. Sin embargo, estas conquistas están amenazadas por políticas que desfinancian la ciencia y priorizan intereses privados o extranjeros.
En el presente, el gobierno de Javier Milei impulsa una agenda que minimiza y desmantela estos avances científicos y tecnológicos. Sus políticas favorecen la entrega de recursos y tecnologías estratégicas, debilitando la capacidad soberana del Estado para conducir el desarrollo nacional. Frente a esto, la dirigencia política popular debe asumir con claridad que la defensa del desarrollo nuclear es una cuestión de soberanía nacional. No puede haber ambigüedades ni pasividades: defender este rumbo es defender la Patria misma.
La comunidad científica argentina, junto a los trabajadores y el pueblo, son la base de un proyecto nacional que resiste y avanza. El Estado debe recuperar su rol central, invertir en ciencia, proteger el desarrollo tecnológico y garantizar que los beneficios lleguen a la mayoría. Solo así se podrá enfrentar con éxito la ofensiva externa y los intereses corporativos que buscan frenar nuestro crecimiento.
Mientras los sectores de poder apuestan al saqueo y la subordinación, el desafío es construir unidad, memoria y organización. El desarrollo nuclear argentino debe ser la bandera de un proyecto soberano que combine innovación, justicia social y autonomía estratégica. Solo con ese compromiso podremos volver a soñar con una Argentina grande, libre y fuerte.