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ENRIQUETA RODRÍGUEZ DE MARONI: UNA VIDA DE PIE, CONTRA EL SILENCIO

Publicado : 05/08/2025
(Review)

Murió a los 98 años una de las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. Enriqueta no solo buscó a sus hijxs desaparecidxs: construyó memoria, sembró justicia y enseñó que el amor también puede ser una forma de resistencia.

Enriqueta Rodríguez de Maroni murió este martes a los 98 años, después de haber vivido casi medio siglo con una ausencia multiplicada: la de sus dos hijxs, María Beatriz y Juan Patricio, desaparecidxs por la dictadura militar en 1977. Su nombre quedará ligado para siempre al de las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, pero sería injusto limitarla a un rol que excedió largamente el dolor personal: Enriqueta fue una militante incansable, una educadora popular y una mujer que convirtió el duelo en una causa colectiva.

No eligió ser símbolo. Fue la historia la que la empujó a caminar cada jueves frente a la Casa Rosada, con una foto colgada al pecho y una pregunta sin respuesta. No gritó: habló. No buscó venganza: exigió justicia. No se replegó: se organizó. Su dignidad serena fue una de las primeras grietas en el muro de silencio que el terrorismo de Estado intentó levantar sobre sus crímenes. Cuando pocos se animaban a decir lo que pasaba, ella ya estaba de pie.

Los hijos de Enriqueta eran jóvenes comprometidos con su tiempo. Tenían fe, sensibilidad social y una voluntad clara de transformar el mundo. El Ejército los desapareció como parte de un plan sistemático de exterminio, dirigido por Suárez Mason y ejecutado desde centros clandestinos como el “Club Atlético”, donde fueron vistos por última vez. Pero no lograron desaparecer la memoria de sus nombres, ni de sus rostros, ni de sus sueños.

Enriqueta no esperó justicia sentada. Volvió al aula como docente en el barrio Cildañez. Luchó codo a codo con su hija Margarita, también Madre. Impulsó espacios de formación, arte y militancia popular como la Tecnicatura de Música de las Madres. Siempre creyó que la memoria no debía ser solo homenaje, sino herramienta de transformación. Por eso no se conformó con recordar: construyó futuro.

Su voz fue clara y firme durante décadas. Denunció el pacto de impunidad, señaló la complicidad civil de la dictadura, advirtió contra el negacionismo que hoy vuelve a asomar desde las instituciones del Estado. En cada carta, en cada discurso, en cada entrevista, dejó algo más que palabras: dejó una ética. No declamó la verdad: la vivió.

Decía que sus hijxs no habían muerto por error, sino por compromiso. Que no era ella quien debía explicar nada, sino quienes planearon el secuestro y la desaparición de una generación entera. Que el amor no era resignación, sino coraje.

Hoy su partida se inscribe en un contexto donde el poder político promueve el olvido, justifica la crueldad y banaliza el terror. La muerte de Enriqueta es, también, un llamado urgente a defender lo conquistado. A no retroceder. A seguir marchando con el pañuelo blanco como bandera. Porque no hay libertad sin memoria, ni democracia sin justicia.

Enriqueta Rodríguez de Maroni no será recordada por cómo murió, sino por cómo vivió: digna, coherente, luminosa. Cada ronda, cada escuela, cada grito por los 30.000 la llevará consigo. En este país donde el poder siempre quiso callarlas, las Madres hablaron. Y Enriqueta, con su voz calma y firme, nos enseñó a escuchar.