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Nota Completa

UNA NUEVA ERA – EL POST MACHISMO

(Review)

Por Paula Lypka y Virginia Luna – Abogadas especialistas en género
Instagram: @abogadasenley

Mientras el mundo intenta reacomodarse tras los cimbronazos de la pandemia, las relaciones humanas, y particularmente los vínculos de género, ingresan en una nueva etapa. Una etapa menos evidente, más sofisticada, pero no por eso menos violenta. En la llamada “sociedad post-pandemia”, el discurso patriarcal no solo no se ha debilitado: ha mutado.

Se infiltró en los discursos progresistas, se camufló entre las banderas de libertad individual y meritocracia emocional. Y ahora avanza con herramientas renovadas. Una de ellas: el discurso del “falso igualitarismo”, que busca poner en pie de igualdad a víctimas y agresores. El proyecto presentado por la senadora Carolina Losada, que propone aumentar las penas para quienes presenten denuncias falsas en casos de violencia de género, se inscribe dentro de este nuevo paradigma: el post machismo.

Estamos entrando en una nueva era en la evolución del patriarcado: una etapa donde el dominio no se ejerce solo desde lo material o lo físico, sino desde lo simbólico. Donde la opresión se produce no necesariamente por el silencio, sino por la sobreexposición. Hoy, el patriarcado toma el discurso —incluso el feminista— y lo subvierte. Hace creer a las mujeres que elegir no ser madres es una decisión absolutamente individual, libre de toda presión. Pero en realidad, lo que se está gestando es una narrativa que busca cortar el lazo entre las mujeres y la transmisión cultural, interrumpiendo así la posibilidad de reproducir valores feministas en las futuras generaciones.

En paralelo, los hombres atraviesan una transformación narcisista inédita, impulsada por un modelo de consumo emocional y sexual constante. Las redes sociales y los medios les ofrecen un ideal femenino hipersexualizado, exuberante, despersonalizado. La modificación estética se convierte en norma, y la mujer se vuelve un objeto de deseo totalizante: debe ser todo a la vez —madre, amante, musa, terapeuta— y aún así, nunca alcanza.

Esta frustración —este colapso entre el ideal femenino y la realidad— genera una nueva forma de violencia. Cuando el hombre no puede obtener lo que espera, culpa a la mujer. La responsabiliza por su insatisfacción, por su angustia, por su caída. Y busca disciplinarla o, en los casos más extremos, exterminarla. La guerra ya no es solo simbólica: se libra en los cuerpos de las mujeres.

Es en este contexto que aparece el proyecto de Losada. Un intento de “equilibrar” el sistema judicial aumentando las penas para denuncias falsas en casos de violencia doméstica y sexual. Pero ¿qué realidad se busca equilibrar?

Las estadísticas muestran que las denuncias falsas son ínfimas en comparación con la magnitud del problema real: los femicidios, los abusos, las agresiones cotidianas. Sin embargo, se busca instalar la sospecha permanente sobre la denunciante, minando así uno de los pocos caminos institucionales que tienen las mujeres para defenderse: la denuncia judicial.

Más que una reforma legal, este proyecto es una jugada política con efectos simbólicos devastadores. Inhibe, deslegitima y desprotege. Devuelve a las mujeres al lugar del silencio. Las vuelve a poner bajo sospecha.

Lo que estamos viendo no es un sinceramiento del sistema, sino una regresión disfrazada de justicia.