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Nota Completa

MONCADA: LA REBELDÍA QUE ENCENDIÓ AMÉRICA LATINA

Publicado : 26/07/2025
(Review)

El 26 de julio de 1953, Fidel Castro y un puñado de jóvenes decidieron que la dignidad valía más que la vida. Ese día, con más coraje que fusiles, asaltaron el cuartel Moncada y abrieron la puerta de la historia para los pueblos de Nuestra América.

El amanecer en Santiago de Cuba no anticipaba lo que estaba por estallar. Era domingo y era carnaval. Batista creía tener todo bajo control. Pero a las cinco y cuarto de la mañana, más de cien jóvenes militantes, vestidos con uniformes del Ejército, atacaron simultáneamente los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. La acción fracasó en lo militar, pero triunfó en lo simbólico: encendió la chispa de la Revolución Cubana y con ella, la esperanza de todo un continente.

El asalto fue una apuesta desesperada, pero profundamente racional. Fidel lo sabía: no se trataba solo de derrocar a Batista, sino de iniciar un proceso de transformación radical. Una revolución que naciera de las entrañas del pueblo, que rompiera con el coloniaje, la miseria y la entrega. Por eso, cuando fue juzgado, no pidió clemencia. Declaró: “Condenadme, no importa, la historia me absolverá”. Y tenía razón. Lo absolvió la historia, lo absolvió el pueblo, lo absolvieron los millones que aún hoy enarbolan esa bandera.

La dictadura respondió con sangre. Fusiló, torturó y desapareció a los sobrevivientes del asalto. Pero no logró apagar la llama. La semilla estaba plantada. En las montañas de la Sierra Maestra, con fusiles precarios y un pueblo decidido, la revolución tomó forma. En 1959, seis años después del Moncada, Fidel, el Che, Camilo y el Ejército Rebelde entraban victoriosos a La Habana. No para reemplazar una cúpula por otra, sino para construir un país desde abajo, con salud, educación y dignidad para todos.

La Revolución Cubana cambió el eje político de América Latina. Mostró que era posible vencer al imperialismo, romper con el FMI, alfabetizar a un pueblo entero, resistir más de 60 años de bloqueo sin rendirse jamás. Fue una herejía frente al orden mundial. Por eso Cuba fue atacada, difamada, aislada. Pero nunca doblegada.

Hoy, mientras los nuevos Batistas de la región se disfrazan de libertarios, el legado del 26 de julio sigue latiendo en cada lucha popular. No es una efeméride vacía. Es un faro. Nos recuerda que en ciertos momentos la historia no se negocia, se defiende con decisión. Y que para los pueblos que pelean por su emancipación, a veces perder una batalla es empezar a ganarlo todo.

El Moncada no fue el principio de un fin. Fue el principio de un principio. Por eso, cada 26 de julio no se conmemora una derrota. Se celebra la decisión de ponerse de pie. Porque como escribió Martí y repitió Fidel, “trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”.