El 26 de julio de 1952, Eva Perón trascendió su propia vida para convertirse en un símbolo inextinguible de la justicia social, la defensa del Estado y la dignidad de los sectores populares en Argentina. En un país marcado por la desigualdad estructural y las sucesivas ofensivas neoliberales, su legado sigue siendo una guía indispensable para la resistencia y la transformación social.
María Eva Duarte llegó a Buenos Aires desde Los Toldos para encontrarse con un destino que cambiaría la historia argentina. En apenas 33 años, su figura se elevó como una fuerza política y social capaz de articular los reclamos de los sectores postergados con un proyecto nacional y popular que desafiaba las estructuras tradicionales de poder. Su paso a la inmortalidad no se define solo por su muerte, sino por la perdurabilidad de su influencia en la construcción del Estado como garante de derechos y justicia social.
Desde la Fundación Eva Perón hasta la sanción del voto femenino en 1947, Evita fue la voz y el brazo político de millones que hasta entonces permanecían invisibilizados. Su compromiso con la salud, la educación, la vivienda y la protección de los trabajadores no fue un acto caritativo, sino un ejercicio de poder popular orientado a desarmar las desigualdades profundas de la sociedad argentina. El Estado que ella impulsó fue un Estado protector, un Estado que no podía quedar reducido a un mero aparato burocrático sino que debía ser la herramienta fundamental para la emancipación social.
La persistencia de su figura en el imaginario popular revela, además, la batalla cultural que continúa en Argentina. La derecha política y mediática ha intentado durante décadas vaciar su nombre de contenido, convertirla en un símbolo vacío o en un objeto de consumo, pero la memoria colectiva, construida en las calles, en las organizaciones sindicales y barriales, ha resistido esa ofensiva. Evita encarna la dignidad popular y la lucha contra la exclusión, contra la discriminación y la subordinación.
Hoy, en un contexto donde el neoliberalismo intenta restaurar un modelo excluyente, la vigencia de su legado adquiere una dimensión urgente y necesaria. Evita convoca a la organización popular y sindical, a la pelea por un Estado fuerte que garantice la soberanía política y económica, y a la profundización de los derechos sociales. Es un recordatorio contundente de que la justicia social no es un dato histórico, sino un horizonte político que debe ser defendido con firmeza.
Su condición de mujer líder en un espacio político dominado por varones es otro aspecto fundamental de su legado. Evita abrió el camino para la participación activa y el liderazgo femenino, y hoy su ejemplo nutre las luchas feministas y populares que exigen igualdad real y contrahegemónica. Su vida y obra son un llamado a la construcción de un proyecto emancipador que integre las demandas de género con las de clase y nación.
A 73 años de aquel 26 de julio, Eva Perón no es un recuerdo distante ni una figura decorativa. Es la voz viva de un pueblo que resiste y se organiza. Su inmortalidad se construye en la memoria activa y en la militancia diaria de quienes enfrentan las desigualdades y se comprometen con una Argentina justa, soberana y democrática.