A 27 años de su muerte, el pensamiento y la praxis de Envar El Kadri siguen siendo faro para quienes luchan por una patria justa, libre y soberana. Militante, revolucionario y peronista sin concesiones, dejó una huella imborrable en la historia política argentina.
El 19 de julio de 1998 falleció Envar El Kadri, uno de los cuadros más lúcidos y combativos del peronismo revolucionario. Tenía apenas 55 años. A casi tres décadas de su partida, su figura crece como símbolo de coherencia ideológica, compromiso con los sectores populares y lealtad a los principios fundantes del Movimiento Nacional Justicialista.
Hijo de inmigrantes libaneses y nacido en San Luis en 1943, El Kadri abrazó la militancia desde muy joven. A los 18 años participó del histórico secuestro de un avión para lanzar panfletos peronistas sobre Buenos Aires, en plena proscripción del peronismo. Su nombre quedó asociado desde entonces a la resistencia activa frente a las dictaduras militares y a la entrega política sin especulaciones.
Fundador de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), protagonizó las primeras formas de lucha armada del peronismo revolucionario en los años 60. No fue un teórico de escritorio ni un apologista del aventurerismo: fue un militante profundamente formado, que reivindicó siempre la construcción política enraizada en el pueblo, con horizonte de justicia social y soberanía nacional.
Su vida atravesó las grandes turbulencias de la historia argentina: la proscripción del peronismo, la irrupción de la guerrilla, el regreso de Perón, el golpe de 1976, el exilio y la reconstrucción democrática. Pero nunca renegó de su historia ni de sus convicciones. En plena transición democrática, impulsó espacios como el Partido de la Victoria y denunció con claridad la ofensiva neoliberal que se incubaba en los años noventa.
Fue también un trabajador de la palabra: escribió, debatió, organizó, enseñó. Intelectual orgánico del campo popular, dejó como legado una práctica política que combinaba claridad ideológica, acción directa y ternura militante. Su muerte temprana, producto de una insuficiencia cardíaca, truncó una voz imprescindible en tiempos donde la política empezaba a vaciarse de contenido.
En un país donde muchas veces se premia el oportunismo y se castiga la coherencia, El Kadri sigue siendo un ejemplo incómodo para quienes trafican pragmatismo. Para las nuevas generaciones que buscan referentes auténticos, su historia es una invitación a pensar la política no como carrera, sino como entrega.
Recordarlo no es un acto nostálgico. Es reconocer que el enemigo de ayer sigue siendo el de hoy: los poderes concentrados, la dependencia, la desigualdad. Y que el sueño de una patria socialista, enraizada en el pueblo trabajador, sigue vigente.
Envar El Kadri no murió. Vive en cada gesto de rebeldía, en cada consigna por justicia social, en cada militante que, como él, entiende que la revolución no es una palabra vacía sino una práctica cotidiana al servicio del pueblo.