La 66ª Cumbre de Jefes de Estado del Mercosur reveló una fractura insalvable: mientras Javier Milei busca la entrega incondicional a los intereses estadounidenses, Luiz Inácio Lula da Silva defiende la soberanía y la integración regional como herramientas de resistencia frente al capitalismo globalizado.
En el histórico Palacio San Martín, escenario de un cruce ideológico que trasciende el comercio, se clausuró la presidencia pro témpore de un presidente argentino que no hace más que exponer la subordinación económica y política a Washington. Milei, con su discurso de flexibilización extrema, ataca la esencia misma del Mercosur: un bloque concebido para fortalecer la autonomía latinoamericana y proteger a los sectores populares frente a los embates del libre mercado sin reglas.
Lejos de proponer una integración auténtica, el líder libertario promueve la fragmentación, la ruptura de consensos y la sumisión unilateral a Estados Unidos, amenazando con dejar a Argentina sola en ese camino de “libertad” que en realidad significa más desigualdad y dependencia. Su pedido de “acuerdos comerciales sin cortinas de hierro” no es más que la excusa para una apertura indiscriminada que solo beneficia a las grandes multinacionales y al capital financiero internacional.
Por el contrario, Lula da Silva encarna la resistencia histórica a esos embates. Para Brasil, el Mercosur es “un lugar seguro” que protege frente a las “guerras comerciales internacionales” y que extiende sus redes a toda América, en un proyecto integracionista que reconoce la importancia de un arancel externo común para defender industrias, empleos y soberanía. Su propuesta de un “Mercosur verde” busca además confrontar el negacionismo ambiental y sumar a la región a una agenda de justicia climática, otro aspecto rechazado frontalmente por Milei.
El breve y distante saludo entre ambos mandatarios simboliza la grieta profunda que atraviesa a América Latina: un proyecto de fragmentación y subordinación frente al imperialismo contra otro de unidad, autonomía y justicia social.
En medio de este pulso, la cumbre logró avanzar en un acuerdo con la Asociación Europea de Libre Comercio, ampliando el mercado regional, pero ese avance se ve empañado por la ofensiva derechista que representa la Argentina de Milei.
Queda claro que el futuro del Mercosur no es solo una cuestión comercial, sino una disputa geopolítica donde se juega la soberanía y el destino de los pueblos latinoamericanos. Y en esa batalla, la Argentina de Milei ha elegido ser cómplice del capital global, mientras Brasil apuesta por resistir y reconstruir un proyecto popular y regional.