Fue uno de los golpes más duros contra el salario y los derechos del pueblo trabajador en democracia. El plan impulsado por Celestino Rodrigo y López Rega consolidó el poder económico, quebró la alianza entre gobierno y sindicatos, y anticipó el modelo represivo que se profundizaría con la dictadura.
El 4 de junio de 1975, el ministro de Economía Celestino Rodrigo anunció por cadena nacional un brutal paquete de ajuste que pasaría a la historia como “el Rodrigazo”. La devaluación fue del 100% para el dólar comercial y del 160% para el financiero. El gas aumentó un 180%, la electricidad un 75%, el transporte público un 100%, la nafta un 181%. En el mismo anuncio se impuso un congelamiento salarial: el poder adquisitivo de los trabajadores cayó más del 40% en cuestión de semanas. Solo en junio de 1975, el índice de precios al consumidor saltó un 35%, y el acumulado anual superaría el 335%.
En nombre del “orden”, el plan diseñado por José López Rega —jefe político de la Triple A y secretario de Coordinación Económica— operó como un auténtico zarpazo del capital contra el trabajo. La CGT respondió con una huelga general el 27 de junio, la primera contra un gobierno peronista, mientras los sindicatos presionaban por paritarias y la remoción del gabinete. En paralelo, los grupos concentrados de la economía multiplicaban sus ganancias y presionaban por mayor liberalización.
El Rodrigazo quebró la alianza entre el peronismo de gobierno y el movimiento obrero. Pero no fue un hecho aislado: fue parte de una ofensiva más amplia que incluyó persecución política, listas negras, represión sindical y el impulso deliberado del caos económico como antesala del golpe de 1976. En julio, Celestino Rodrigo fue desplazado y López Rega se exilió en España, pero la política de ajuste y desindustrialización continuó.
Cincuenta años después, con Javier Milei aplicando medidas que evocan aquel saqueo, la memoria del Rodrigazo se vuelve imprescindible. El experimento económico actual también licúa salarios, congela jubilaciones, dinamita el mercado interno y busca destruir toda organización colectiva que resista. Como en 1975, el poder económico no duda en imponer hambre para sostener privilegios.