El cierre del Instituto Juan Domingo Perón no es un ajuste ni una medida administrativa: es un acto de odio político. El gobierno de Milei ataca la identidad de un pueblo entero.

El anuncio del cierre del Instituto Nacional Juan Domingo Perón no responde a ninguna lógica de austeridad ni eficiencia. Es, lisa y llanamente, un gesto de revancha ideológica. El gobierno de Javier Milei eligió el 7 de mayo, día del nacimiento de Evita, para ejecutar su provocación. No fue casual: fue un acto deliberado de desprecio contra la historia y la cultura política de la Argentina. A través de su vocero, que lo comunicó con burla y soberbia, Milei quiso dejar en claro que su guerra es contra el peronismo, pero también contra todo lo que represente justicia social, organización del pueblo y memoria colectiva.

Cerrar el Instituto Perón no significa solo clausurar oficinas. Significa dinamitar archivos, silenciar historia, despedir trabajadores y convertir en chatarra la riqueza simbólica de un movimiento que definió el siglo XX argentino y sigue marcando el pulso del presente. Para la derecha, el peronismo es un obstáculo. Lo fue siempre. Porque interpela sus privilegios, cuestiona su visión elitista del país y organiza a quienes se niegan a resignarse al hambre, la exclusión o la entrega.

El gobierno libertario no está interesado en gestionar, ni en construir, ni en debatir ideas. Su objetivo es destruir. Lo han dicho con todas las letras: no quieren Estado, no quieren historia, no quieren resistencia. Pero hay algo que no entienden: el peronismo no es un edificio ni un presupuesto. Es un hecho maldito, popular e irreductible.

Desde ADN Populares repudiamos el cierre del Instituto Perón, no por nostalgia, sino por memoria. Porque sabemos que cuando atacan al peronismo, atacan también a los trabajadores, a los jubilados, a los estudiantes, a los científicos, a las Madres, a los artistas, a los que se organizan. Atacan al pueblo. Y con el pueblo no se jode.