El CEO de YPF confirmó el abandono del proyecto de la planta licuefactora en Buenos Aires. La mudanza a Río Negro fue una excusa: nunca existió intención de construir. Castigaron a Kicillof, y Argentina perdió una inversión estratégica.
Bahía Blanca tenía todo listo: el puerto, el estudio de impacto ambiental, los permisos, la ingeniería, la empresa socia y una inversión de más de 30 mil millones de dólares para exportar gas con valor agregado. Pero el Gobierno nacional tenía otro plan: borrar del mapa cualquier desarrollo que no lleve su firma o que provenga de una provincia que no le rinde pleitesía.
El CEO de YPF, Horacio Marín, ex Techint, terminó de blanquear lo que ya se sabía: la petrolera estatal abandonó el proyecto de construcción de una planta de gas natural licuado (GNL) en Bahía Blanca. La excusa fue la mudanza a Río Negro, un destino que no tiene puerto operativo ni condiciones climáticas para semejante infraestructura. La verdad: era una maniobra para dinamitar un proyecto que nació con Axel Kicillof y que implicaba industrialización, trabajo argentino y soberanía energética.
“La decisión no se sostiene técnicamente. Fue política desde el inicio”, reconocen expertos del sector. Lo mismo había señalado el gremio bahiense del gas natural, Stingnra, cuando advirtió que mudar la planta era irracional por los costos y logísticamente inviable. Hoy, con el proyecto muerto y Petronas retirada, se confirma todo: Argentina perdió la inversión, y el gobierno se anotó otra medalla en su cruzada contra el desarrollo nacional.
El intendente Federico Susbielles recordó una frase suya del 31 de julio pasado, cuando se anunció el traslado: “El tiempo dirá si es un daño sólo para los bahienses o para todos los argentinos”. Este miércoles le agregó tres palabras: “Y el tiempo dijo”.
El origen del proyecto se remonta a 2014, cuando Kicillof integraba el directorio de YPF. La articulación con Petronas apuntaba a convertir a Argentina en un exportador estratégico de GNL. A comienzos de 2024, todo estaba listo para comenzar. Pero el recambio de autoridades en la petrolera —y en la Casa Rosada— cambió todo. Con el RIGI como telón de fondo, comenzó el bloqueo. Y terminó en vendetta.
Petronas se fue en diciembre. Exxon vendió sus activos. Refinor analiza su salida. El desarme de Vaca Muerta no es un efecto colateral: es una decisión. Las grandes operadoras internacionales se van. Las que quedan son locales, sin músculo ni independencia, pero con llegada directa al poder.
El modelo actual no es sólo ajuste. Es retroceso. Vender gas sin procesar en barcos extranjeros no es libertad económica: es volver al siglo XIX. “Una vez más vamos a vender el trigo para que otro haga el pan”, graficó Pablo Van Den Heuvel. Es el país como colonia extractiva. Una pesadilla que vuelve a repetirse, esta vez, en nombre de la libertad.