Con 40 años y el corazón en el Edison Lawn Tennis Club, el marplatense volvió a consagrarse en el circuito ATP. Su historia es la de miles que madrugan, entrenan y resisten.
A días de cumplir 40 años, Horacio Zeballos levantó un nuevo trofeo en el circuito ATP, pero lo que se alzó en Bucarest no fue solo un título: fue un homenaje silencioso al sacrificio, al trabajo desde abajo y a la memoria emotiva del deporte como escuela de vida. En una final con temperaturas por debajo de los tres grados, el marplatense se consagró campeón junto a su compañero Marcel Granollers y sumó el título número 23 de su carrera.
Pero más allá del resultado, lo que emocionó fue el recorrido. En pleno festejo, Zeballos no habló de rankings ni estadísticas: recordó las heladas mañanas de su infancia, el club Edison de Mar del Plata, los entrenamientos con su padre, los amigos, el viento, el frío y la pasión como motor.
En tiempos donde el deporte profesional suele reducirse al éxito inmediato y la hipercompetencia, la figura del zurdo marplatense vuelve a conectar con un valor profundo: la perseverancia. Ese valor que miles de pibas y pibes practican en canchas de tierra, con pelotas gastadas y sueños intactos.
La historia de Zeballos es también la historia de un país donde el deporte fue, y sigue siendo, un derecho y un espacio de inclusión. Desde el club de barrio hasta los torneos internacionales, su camino recuerda que los logros no son individuales, sino colectivos. Que detrás de cada trofeo hay una familia, una comunidad, una red de afectos.
En un presente donde las políticas públicas de deporte están en retroceso y los clubes de barrio sobreviven como pueden, la consagración de Zeballos ilumina una certeza: el esfuerzo de los de abajo sigue dando frutos. Horacito, como lo conocen en Mar del Plata, es uno más de esos que no se olvidan de dónde vienen. Y que demuestran, una vez más, que el talento con memoria vale más que cualquier ranking.