El gobierno de Javier Milei avanza en la liquidación de las unidades turísticas de Chapadmalal y Embalse. La firma que habilita el vaciamiento es la de Daniel Scioli, un hombre que alguna vez juró lealtad a Perón. Lo que fue orgullo del pueblo ahora se remata para negocios inmobiliarios.
La motosierra no se detiene. Esta vez le tocó al turismo social, ese modelo de vacaciones accesibles que permitía a miles de familias trabajadoras, jubilados y niños conocer el mar o las sierras por primera vez. El gobierno nacional, con la excusa de la “emergencia pública”, acaba de decidir el traspaso de las unidades de Chapadmalal y Embalse a la Agencia de Administración de Bienes del Estado. El objetivo es tan claro como infame: vender, tercerizar o concesionar lo que fue construido para garantizar derechos.
Pero lo más obsceno no es la decisión en sí —previsible en un gobierno que desprecia todo lo que huela a Estado y justicia social—, sino quién la ejecuta. Daniel Scioli. Sí, el mismo que se decía peronista, el que hablaba de inclusión, movilidad ascendente y sensibilidad popular. Hoy es el funcionario que, sin el menor pudor, firma el acta de defunción de un proyecto solidario que supo ser emblema del peronismo. Lo hace con eficiencia tecnocrática y obediencia neoliberal. Lo hace con entusiasmo.
Nada de esto es inocente. El relato de la “ineficiencia” y el “gasto innecesario” sirve como pantalla para lo que realmente buscan: negocios inmobiliarios, terrenos codiciados, contratos para amigos del poder. En Chapadmalal y Embalse hay cientos de hectáreas listas para ser convertidas en barrios privados, hoteles de lujo o desarrollos turísticos para unos pocos. El Estado se retira, pero no por austeridad: se retira para dejarle el camino libre al capital.
Y en el camino, como siempre, los que pierden son los mismos: jubiladas que soñaban con ver el mar, pibas víctimas de violencia que encontraban un refugio en el descanso, chicos de barrios populares que conocían por primera vez el país que habitan. Pierden las familias que viven con lo justo, que no acceden al turismo del mercado y que encontraban en estos hoteles una experiencia que, además de recreativa, era profundamente igualitaria. Se quedan sin vacaciones, pero también sin memoria, sin historia, sin dignidad.
Porque esos complejos no eran simples edificios: eran una idea de país. Chapadmalal y Embalse simbolizan la justicia social hecha infraestructura. La Argentina que garantizaba el derecho al descanso como parte del proyecto de ciudadanía plena. Son lugares que construyeron identidad, que marcaron generaciones enteras, que le daban sentido a la palabra igualdad. Por eso no es casual que este gobierno los quiera borrar. No soportan ni los ladrillos del peronismo.
El argumento de que el Estado no debe intervenir en turismo no resiste el menor análisis. Lo que molesta no es el Estado, sino que haya gente humilde accediendo a vacaciones dignas. Lo que les incomoda no es el déficit fiscal, sino la idea misma de igualdad. Para ellos, los únicos que merecen descanso son los que pueden pagarlo. El resto, que se conforme con mirar el mar por televisión.
Con esta decisión, el gobierno rompe una vez más el pacto social que dio sentido a la Argentina moderna. No es una medida aislada, es parte de un plan sistemático para vaciar el Estado, borrar la memoria y convertir cada rincón del país en una oportunidad de negocios. Y en ese plan, Daniel Scioli dejó de ser un traidor silencioso para convertirse en un ejecutor entusiasta.
No hay forma de justificar esta entrega. No hay discurso técnico que tape el despojo. Chapadmalal y Embalse no eran hoteles. Eran símbolos. Eran una expresión concreta de que el descanso, el disfrute y el acceso al territorio nacional no son un privilegio, sino un derecho. Hoy son moneda de cambio en la mesa del mercado.
El cinismo llega a niveles insoportables cuando se anuncia que la única parte que no se privatiza es la Residencia Presidencial. El pueblo queda afuera, pero el poder se queda adentro. Ahí está la verdadera casta: blindada, impune y celebrando que cada día hay menos derechos.
Esta no es solo una discusión sobre turismo. Es una discusión sobre qué país queremos. Y lo que están haciendo no es gobernar: es arrasar. Lo que están vendiendo no son propiedades: es el futuro. Y lo que están traicionando no es solo una tradición política: es la dignidad del pueblo.
Que Scioli cargue con esa responsabilidad. Porque si alguna vez tuvo algo de peronismo, hoy lo está vendiendo al mejor postor.