El 30 de marzo de 1982, el movimiento obrero organizado desafió con valentía al régimen genocida de Galtieri. En plena crisis económica y social, miles de trabajadores salieron a la calle para exigir el fin de la represión, el hambre y la entrega. Tres días después, la dictadura lanzó su manotazo desesperado: la guerra de Malvinas. Hoy, la lucha por la justicia social sigue más vigente que nunca.
La Plaza de Mayo fue testigo de uno de los últimos actos de dignidad y coraje en tiempos oscuros. El 30 de marzo de 1982, la CGT Brasil, conducida por Saúl Ubaldini, encabezó la marcha "Paz, Pan y Trabajo", una movilización que desafió al régimen genocida cuando su estructura de poder ya comenzaba a resquebrajarse. Enfrentando balas, gases y detenciones masivas, el movimiento obrero demostró que la resistencia seguía viva y que la dictadura estaba en caída libre.
Los trabajadores sabían lo que arriesgaban. Desde 1976, la Junta Militar había desatado un plan sistemático de exterminio contra la clase obrera y sus organizaciones. Secuestros, torturas y desapariciones fueron la respuesta del poder a los reclamos de justicia social. La política económica de Martínez de Hoz había desmantelado el aparato productivo, destruyendo la industria nacional en beneficio de la oligarquía agroexportadora y los capitales especulativos. Mientras el pueblo pasaba hambre, los bancos y los grandes terratenientes multiplicaban sus fortunas.
Aquella tarde, más de 15.000 manifestantes avanzaron desde la sede de la CGT Brasil hasta la Plaza de Mayo. El dictador Leopoldo Galtieri, acorralado por la crisis y aconsejado por los criminales Cristino Nicolaides y José Antonio Vaquero, ordenó la represión feroz: 2.074 detenidos, decenas de heridos y un trabajador asesinado en Mendoza, el minero José Benedicto Ortiz, ejecutado por la Gendarmería. También fueron arrestados dirigentes de derechos humanos como Adolfo Pérez Esquivel y un grupo de Madres de Plaza de Mayo.
El impacto político fue inmediato. Al día siguiente, el intendente de facto Osvaldo Cacciatore presentó su renuncia. Pero lo más significativo ocurrió tres días después: el 2 de abril, en un intento desesperado por sostenerse en el poder, la dictadura lanzó la Operación Rosario y tomó las islas Malvinas. Creyeron que una guerra les permitiría perpetuarse, pero solo aceleraron su caída.
La derrota militar fue el golpe de gracia para un régimen agonizante. Pero la resistencia del pueblo fue clave: la marcha del 30 de marzo de 1982 no fue solo una protesta, fue el grito de un país que se negaba a ser sometido, el estallido de una dignidad que ni las balas ni la tortura pudieron extinguir.
A 43 años de aquel día, la memoria sigue intacta. Los mismos sectores que ayer impusieron el hambre con la represión y la entrega hoy intentan volver a hacerlo con discursos de odio y ajuste. Pero la historia enseña que los pueblos resisten, que los trabajadores no se rinden y que la lucha por la justicia social no es solo una consigna: es el motor de la historia. Porque así como la dictadura cayó, todo intento de sometimiento encontrará su límite en la organización popular. Y tarde o temprano, volverán a brillar el pan, la paz y el trabajo.