Las proyecciones del FMI ubican a Brasil entre las ocho economías más grandes del mundo en 2026 y consolidan un modelo de crecimiento que combina diversificación productiva, protagonismo geopolítico y autonomía frente a las potencias tradicionales.
Brasil está a punto de dar un salto histórico en el ranking económico mundial. Según el World Economic Outlook del Fondo Monetario Internacional (FMI), el país alcanzará en 2026 un Producto Bruto Interno nominal estimado en 2,9 billones de dólares, lo que le permitirá escalar al octavo puesto entre las mayores economías del planeta y convertirse en el único país de América Latina dentro de ese grupo.
El dato no es menor: implica que Brasil superará a economías desarrolladas tradicionales y consolidará una posición de peso en un contexto global marcado por la desaceleración de Estados Unidos, Europa y Japón. Para 2025, el FMI proyecta un crecimiento del 2,4%, superior al de varias potencias centrales, en un escenario internacional atravesado por tensiones geopolíticas, conflictos comerciales y repliegues proteccionistas.
El ascenso brasileño no responde a un rebote coyuntural. El informe del organismo multilateral destaca una estrategia de crecimiento sostenido, apoyada en la diversificación de su matriz productiva. A la histórica centralidad de las exportaciones de commodities —soja, mineral de hierro, petróleo— se suman avances en bioeconomía, innovación tecnológica y energías renovables, sectores que explican buena parte del dinamismo reciente.
Este desempeño económico se inscribe además en una reconfiguración del orden global. Mientras Estados Unidos endurece políticas proteccionistas y Europa enfrenta estancamiento, Brasil profundiza una estrategia de integración Sur-Sur, con un rol protagónico en los BRICS. En ese marco, amplió de manera significativa su comercio con China y Rusia, fortaleciendo vínculos financieros, energéticos y tecnológicos que reducen su dependencia de los centros tradicionales de poder.
La política exterior aparece así como un componente central del crecimiento. La articulación entre planificación estatal, inserción internacional activa y desarrollo productivo le permitió a Brasil ampliar mercados, ganar autonomía y amortiguar los impactos de la volatilidad global. No se trata solo de crecer, sino de desde dónde y con quién hacerlo.
El contraste con la Argentina resulta inevitable y estructural. Mientras Brasil consolida un sendero de expansión y acumulación de capacidades, la economía argentina atraviesa un proceso de ajuste, recesión y desarticulación productiva, con caída del consumo, pérdida de mercado interno y retroceso del rol estatal. La divergencia entre ambos países vuelve a poner en debate los modelos de desarrollo en disputa en América del Sur.
De confirmarse las proyecciones del FMI, Brasil no solo reforzará su liderazgo regional, sino que alterará los equilibrios económicos y políticos del continente, consolidándose como actor global con capacidad de incidir más allá de su frontera. Un escenario que vuelve a mostrar que el crecimiento no es una fatalidad ni una casualidad, sino el resultado de decisiones económicas, políticas y geopolíticas concretas.