A 180 años de la Vuelta de Obligado, el país recuerda una gesta popular que enfrentó al imperialismo y marcó el camino de una Argentina que sólo pudo crecer cuando tuvo un Estado fuerte, un proyecto propio y un pueblo organizado. Hoy, en plena ofensiva de entrega nacional, la fecha adquiere una vigencia brutal.
La conmemoración del Día de la Soberanía Nacional llega en un momento político atravesado por tensiones profundas. El gobierno de Javier Milei impulsa un modelo de subordinación total a Estados Unidos y a los grupos económicos locales, reeditando la lógica colonial que la historia argentina siempre enfrentó: un país reducido a proveedor de materias primas, sin industria, sin Estado y sin futuro para su pueblo.
Lejos del relato liberal que presenta la Vuelta de Obligado como un episodio menor, aquella batalla del 20 de noviembre de 1845 fue una demostración contundente de que la soberanía no es una consigna abstracta: es una práctica política que se defiende con decisión, organización y coraje colectivo. Fue el pueblo —milicias criollas, gauchos, morenos, pueblos originarios— quien enfrentó a las flotas más poderosas del mundo y dejó en claro que este territorio no se entregaba.
Hoy, la disputa por la soberanía adopta otras formas, pero el trasfondo es el mismo. La apertura indiscriminada de la economía, el desmantelamiento del Estado, el endeudamiento acelerado, el alineamiento automático con Washington y la renuncia a cualquier proyecto nacional reproducen la matriz de dependencia que la Argentina siempre pagó con pobreza, exclusión y violencia social.
La ofensiva del gobierno nacional sobre los recursos estratégicos —energía, litio, tierras, alimentos— apunta a convertirlos en negocios privados administrados desde el exterior. En paralelo, el ahogo financiero a las provincias, el vaciamiento de políticas públicas, la destrucción del salario real y el ataque a las universidades públicas ponen en jaque las bases mismas de un país soberano.
Esa es la razón por la cual el 20 de noviembre no puede reducirse a un homenaje ceremonial. Es una fecha que interpela al presente: ¿Quién gobierna Argentina? ¿El pueblo a través de sus instituciones o los intereses que dictan políticas desde Wall Street, la Casa Blanca o los fondos de inversión?
La historia demuestra que cada avance soberano fue resultado de la organización popular: del federalismo que resistió al colonialismo británico y francés, del peronismo que industrializó el país y amplió derechos, de las luchas sociales que defendieron el patrimonio público frente a los intentos privatizadores. Nada fue concesión. Todo fue conquista.
En ese sentido, recordar Obligado es también recuperar la certeza de que la soberanía no se declama: se construye. En la defensa del trabajo, la producción, la educación, la salud y la justicia social. En la decisión política de que la riqueza que produce el pueblo quede en manos del pueblo. En la convicción de que una Argentina dependiente es una Argentina sin destino.
A 180 años de aquella jornada histórica, lo que está en disputa no es el pasado: es el país que vamos a ser. La soberanía sigue siendo la misma bandera, y el enemigo, con otros nombres, es esencialmente el mismo. El desafío, también: organizarse para que la Argentina no vuelva a ser colonia de nadie.
Porque la soberanía, como siempre, se defiende en las calles. Y la historia —la verdadera— la sigue escribiendo el pueblo.