RIO DE JANEIRO. La última y desastrosa operación policial del martes 28, que dejó un saldo de 132 personas muertas, se erige como un monumento al fracaso. Sin embargo, un análisis detallado revela que su desenlace no fue solo producto del azar o la mala suerte, sino la consecuencia previsible de una cadena de irresponsabilidades, improvisación y una agenda política que trasciende la mera seguridad pública.
Fruto de una política de “derechos a las armas” de la población, llevada adelante por Jair Bolsonaro, los grupos criminales, entre ellos el “Comando Vermelho”, accedieron a armas, inclusive militares, a precios mucho más accesibles en comparación con el contrabando con el que lo hacían antes. En ese contexto, el gobernador Cláudio Castro, aliado incondicional del expresidente Bolsonaro, decide realizar la tercera operación en su mandato (las anteriores fueron en mayo de 2021 y 2023) contra el crimen organizado en la ciudad de Rio de Janeiro, de forma aislada e improvisada, bautizada como “Operación Contención”.
Como explica Jacqueline Muniz, antropóloga y profesora de Seguridad Pública de la Universidad Federal Fluminense, se utilizaron masivamente policías generalistas, o sea, agentes de seccionales dedicados a tareas burocráticas, sin la cualificación necesaria para operaciones de alto riesgo. Por ejemplo, uno de los 4 policías fallecidos tenía apenas 44 días de experiencia.
Se desplegaron 2.500 efectivos en puntos específicos, una movilización que dejó desprotegidos a cerca de cinco millones de residentes en otras áreas de la metrópoli. Esta concentración, lejos de ser una estrategia, acortó el tiempo de sustentación de la operación, maximizó sus riesgos y abrió flancos para ataques de represalia y crímenes oportunistas en el resto de la ciudad, aumentando la vulnerabilidad colectiva.
El segundo pilar es la elusión de responsabilidades. El gobernador Cláudio Castro optó por el populismo mediático, pero cuando el saldo fue trágico, rápidamente intentó desligarse de la culpa. Acusó falsamente al gobierno federal de negarle apoyo logístico y de las fuerzas armadas, afirmación que el Ministro de Justicia, Ricardo Lewandowski, desmintió categóricamente aclarando que ni siquiera había sido notificado. También mintió al señalar que las limitaciones del Supremo Tribunal Federal a las operaciones policiales en favelas “le pusieron esposas" a la policía, cuando lo que la Corte exige es precisamente profesionalismo y el cumplimiento de los protocolos de uso de la fuerza.
El telón de fondo: Una guerra híbrida
Pero la operación va más allá de lo policial. Analistas como Rey Aragón señalan que se trata de una "psicosis fabricada", una operación psicológica planificada con objetivos políticos internos y geopolíticos.
En el plano interno, en un contexto de inminente prisión de Jair Bolsonaro, se recrea el caos para reforzar la narrativa de un presidente Lula débil y aliado al narcotráfico, tal como se propagó mendazmente durante la campaña electoral. Además de deslegitimar a Lula, se afianza el eje discursivo del populismo de derecha que repite ad-nauseam la necesidad de “la mano dura”, el “combate al terrorismo” y, por el contrario, que en gobiernos de centro-izquierda reina la criminalidad.
A nivel internacional, la operación busca insertar a Brasil en el relato de países "narco-Estados", como México, Colombia y Venezuela, para justificar injerencias. La narrativa no comprobada, promovida por ‘influencers’ bolsonaristas, de la relación entre el ‘Comando Vermelho’ y los carteles colombianos en la Amazonia colombo-brasileira para llevar la droga a EE.UU. y Europa, entrega a Brasil en bandeja a la retórica belicista de Donald Trump y su cruzada anticárteles. El tuit de Eduardo Bolsonaro "invitando" a la Marina de EE.UU. a intervenir en Río no es una anécdota, sino la punta de lanza de esta estrategia. Recordemos que Eduardo, el hijo del expresidente, según sus propias palabras es quien articuló con el Secretario de Estado, Marco Rubio, los aranceles aduaneros del 50% contra Brasil por la prisión del padre.
Finalmente, el objetivo final es asegurar el dominio de Estados Unidos sobre Sudamérica —desestabilizando gobiernos de izquierda como el de Lula— y asestar un golpe a China, expulsándola de lo que considera su "patio trasero".
Todo ello dentro de un doble objetivo de Estados Unidos. Por un lado, consolidar su dominio en Sudamérica mediante una maniobra de pinza: desde el norte, a través de la intimidación militar, y desde el sur, por medios políticos, seduciendo al nuevo presidente de Bolivia, Paz, “rescatando” de la crisis al gobierno aliado de Milei ante la crisis económica y, en Brasil, desestabilizando al gobierno de Lula y favoreciendo al candidato de derecha en las elecciones presidenciales de 2026.
Por otro lado, asestar un duro golpe a China, su archienemigo geopolítico, y expulsarla de su zona de influencia. Por eso la sangre derramada en las favelas de Río es, en esta lógica, un peón en un tablero mucho más grande y siniestro.